La creciente actividad turística durante las últimas décadas provocó en las laderas de la cima más alta del mundo (8.848 metros) una acumulación de desechos dejados por los alpinistas: carpas, material, bombonas de gas, e incluso excrementos.
El fondo del lecho marino ofrece una visión de los antiguos procesos que formaron la tierra, algo que Joye, profesor de Ciencias Marinas de la Asociación Atlética de Georgia, describe como “una experiencia casi religiosa”.