Actualmente, la pequeña nación insular de Chipe enfrenta un aumento significativo en la población de gatos salvajes, estimando alrededor de un felino por cada uno de sus habitantes, según información proporcionada por las autoridades locales.
En ese sentido, organizaciones de protección animal argumentan que la cifra real podría ser mucho mayor, alcanzando cientos de miles de ejemplares.
Ante tal escenario, tanto funcionarios chipriotas como activistas están generando presión para ampliar los recursos destinados al control de la población minina mediante programas de esterilización.
“El comité parlamentario de Medio Ambiente fue informado a finales de septiembre pasado que el actual programa de esterilización resulta insuficiente para frenar el crecimiento poblacional de gatos al solo contar con un presupuesto anual de 100 mil euros y registrar, apenas, unas 2 mil intervenciones al año”, explicó Antonia Theodosiou, comisionada medioambiental.
“Los grupos de conservación y voluntarios han intentado afrontar el reto, pero la magnitud del mismo ha superado sus capacidades”, lamentó.
Según especialistas, el impacto de la multitud de gatos va más allá de la convivencia humana, toda vez que su comportamiento depredador representa un riesgo para el ecosistema local y la saturación urbana aumenta el sufrimiento de los propios animales, que día a día luchan por conseguir alimento y refugio en ambientes congestionados.