En las calles de Nagasaki, Japón, la presencia de gatos sin cola no es sólo una situación común, sino una señal de buena suerte y un rasgo cultural distintivo de aquella ciudad.
Denominados como omagari neko o kagi neko, estos felinos trascendieron su singularidad física para integrarse de manera plena en la vida cotidiana, la historia y el turismo local, a tal punto que hoy día cuentan con su propio templo sintoísta, perteneciente a la religión tradicional nipona, y de una sociedad dedicada a su protección y promoción, consolidando su papel como emblema de la región.
En entrevista para la agencia Associated Press, Kazuya Hideshima, trabajador del Santuario Omagari Neko, explicó que los gatos sin cola suelen ser avistados en calles, parques y casas de Nagasaki, cuyos residentes y visitantes pueden identificarlos fácilmente por las diversas formas de sus colas, ya que algunas terminan en gancho; otras presentan curvas marcadas; y el resto apenas muestran un pequeño apéndice.
Dichas características, reveló, dieron origen a los términos omagari neko (gatos de cola doblada) y kagi neko (gatos gancho), un reflejo de su morfología y del aprecio cultural por estos maravillosos ejemplares.
“Se cree que los gatos sin cola llegaron desde China junto con monjes budistas, quienes los utilizaban para cazar ratas y proteger las escrituras religiosas durante travesías marítimas, situación que facilitó su integración en la vida japonesa y su posterior veneración”, subrayó Hideshima.
“Obviamente su singularidad también tiene base genética. Su alta proporción de colas cortas puede atribuirse a una mutación genética que se propagó en un entorno cerrado. Y es que durante el periodo de aislamiento japonés, la reproducción entre ejemplares con esta característica se intensificó, multiplicando así el rasgo”, apuntó.