La cerveza es una bebida alcohólica que le debe su singular sabor al lúpulo, tipo de planta que le aporta aromas y amargor, cuya cantidad y calidad hoy día se encuentran amenazadas debido a los efectos del cambio climático al momento de cultivar, como el aumento del calor y sequías más frecuentes.
Aunque el lúpulo comenzó a usarse en el siglo XI para conservar la cerveza por sus propiedades antisépticas, en tiempos recientes, la mayoría de las marcas lo incluyen durante su formulación para lograr ese toque sin el que la cerveza no sería cerveza, y que corre peligro si no se adapta el cultivo a las nuevas condiciones climáticas.
Sin embargo, cada vez más, mantener esta producción se vuelve complicado, pues la obtención de lúpulo cervecero se concentra en contados países, destacando Alemania y Estados Unidos que, juntos, cubren aproximadamente el 70% a nivel global.
Aunado a lo anterior, su venta se encuentra en manos de un grupo de comercializadoras, las cuales se reparten el mercado y, prácticamente, son las “dueñas” de los diferentes tipos que se desarrollan.
Tanto para los productores como para los expertos, la adaptación es clave si se desea garantizar la continuidad de la producción de lúpulo de buena calidad y, en consecuencia, la disponibilidad de cerveza, incluso frente a fenómenos climáticos extremos.